Amigos lectores, con ustedes una historia desarrollada en la capital de
la solidaridad, ¡Contamana!.
En
Contamana
Son las 5:40 am y despierto con el sonido de los trabajadores del
nosocomio, quienes cumplían con la labor de fumigación. Aún no era de día y el
cantar de las aves hacía que mi cama sea uno de los mejores lugares en ese
momento. Aquí todo juega a que solo haya tranquilidad, el estrés de casi
10 meses, ya había desparecido, pero la nostalgia siempre rondaba mi cabeza, el
pensar en ella era cosa del día a día.
Son casi las seis de la mañana y puedo escuchar una bandada de pihuichos
pasando por el techo de mi casa, el sonido es fuerte y mágico a la vez, es como
escuchar y no escuchar, jajaja, sí, suena un poco descabellado, pero son ideas
mías, y posiblemente lo sean, como también posiblemente el sonido de las aves
sea tan envolvente que hace sentir la naturaleza en tu piel y eso implica
sentirla y no escucharla.
No soy creyente ni religioso, pero conozco a alguien que daría la vida
por sus creencias, y no digo que sea malo, más bien creo que es admirable; pues sí, ¿quién no tiene una abuelita con santitos en la
esquina de su cuarto? la mía no es la excepción. Tengo 19 años y ella estuvo
ahí para cargarme de recién nacido, de muy niño, hasta pegarme con su ramita de
wingo si me portaba mal. Siempre me dio y aún me da su cariño y amor incondicional, sus
80 años no son problema para poder dar ese inmenso amor que tiene en el pecho
por nosotros, esa persona es mi querida abuelita Luchita.
Es hora de lo mejor del día, el primero de los tres mejores momentos del
día, es hora de desayunar y de saborear la exquisita sazón de mi Tía Natividad,
para los amigos Nati, para los sobrinos también y para mis lectores también, ¡hay
caramba, Nati hay para todos! Llegó la hora de probar el rico pescado ahumado
con su mazamorra de plátano, y con su inguiri machacado, como diría la canción.
Acabado el desayuno, tanto Adrián, Erick y yo acostumbramos a mirar la
televisión, durante ese lapso de ocio, tocaron la puerta, me acerqué a ella y
encontré a un "langa langa" como le dice mi abuelita, era Enrique un amigo mío, vino
a invitarme a arrear las vaquitas, como se lo contaba a Celeste, mi chica
bonita. Sin pensarlo mucho, me cambié y me puse la ropa de guerra(me referiero a ropa de campo), me subí a
la moto y a por ellas. El fundo se encontraba en el Km 2.500 de la carretera,
que en una moto nos demorábamos como 10 minutos. Una vez llegado estábamos
listos y para suerte nuestra encontramos a Don Juan, el padre de Enrique, que
también se disponía a ordeñar y arrear al ganado vacuno. Entramos y de inmediato me
fijé en dos enormes arboles de Ojé, la planta medicinal más eficaz para la
limpieza estomacal, era tremendamente grande, las aletas lo
confirmaban y claro el grosor de su tallo era otra cualidad del gran árbol
purgante. Seguimos en camino y noté que una vaca se acercaba a nosotros, pensé
de inmediato que venía hacia mí, por
suerte me equivoqué, ya que simplemente venía a la casa, como era de
costumbre, a que le extrajeran la leche y también para que su becerro beba un
poco de ella.
Ya había presenciado que Don Juan ordeñaba a las vaquitas, también tuve
la tremenda tarea de arrear a un pequeño becerro hacía su madre y ver el acto
maternal, en ese momento recordé a mi Luz más preciada, la Luz más bonita de
todas, para ser más preciso me acordé de Nilda Luz, mi querida mamá, noté entre
los animales eso tan hermoso que solo una madre podría entregar. El estar en el
campo me hacía pensar en tanto, y recordar momentos inolvidables con ella, cada
paso que daba era una gran sonrisa que no se me quitaba del rostro. Caminaba en
tanto hacía el árbol de Ojé, me senté sobre una aleta, sentí la brisa fresca
del momento y pensé en el otro motivo de mi vida, a la cabeza me venían
imágenes retrospectivas de ella y yo caminando y riéndonos de todo como
acostumbramos hacerlo a diario, como para no entrar en la monotonía. La brisa
estaba rozando mi piel mientras pensaba en ella, y quería volver, quería
abrazarla, acariciarle la mejilla redondita que solía tocar, y una vez más la
nostalgia me invadía, era costumbre recordarla a cada momento, a cada instante,
cuando miraba televisión, cuando caminaba hacía algún lugar, y hasta hacía
bocetos de ella con el afán de verla cerca, un día hasta la vi en el cielo, el
firmamento me puso un regalo hacía mis ganas de verla y para mis ojos diría yo,
pues había formado su rostro entre las nubes en un espacio celeste, ¡justo como
se llamaba!. ¿Casualidad?, ¿Visiones? o ¿imaginación mía? , sea como sea lo
visto nadie me lo quita.
Era hora de partir porque al parecer mi amigo se sentía mal, dejamos
todo y echamos a andar hacia la ciudad, que por suerte no estaba lejos del
lugar. Tomé la moto, la arranqué y velozmente
avanzamos, por seguridad del enfermo. Llegué a casa y me dijo que me bajara de
la moto, que él podía solo, atine a dejarlo y darle indicaciones para que pueda
mejorar. Luego de eso no supe más de él, supongo se ha de haber mejorado. Siguiendo
con mi pequeña narración, también tengo que contarles que cuando entré a casa
me enteré que hoy mi prima quería irse a Aguas Calientes, el paraíso que
deseaba ir desde que llegué a esta hermosa ciudad, presuroso me cambié la ropa
y me dirigí a la casa de mi Tía Chachita a cerciorarme sobre la noticia. Llegué
y efectivamente era cierto, partiríamos a las dos de la tarde hacia una aventura
que jamás olvidaré.
Aproximadamente era el medio día, y acabé otro de los 3 grandes momentos
del día, había almorzado un rico arroz con pato a la contamanina, ¿suena
gracioso verdad? pues yo mismo le puse el nombre, porque el pato que murió para
satisfacer mi refinado paladar era el de mi abuelita, y de ahí el origen del
nombre, que dicho sea de paso estaba deliciosa y me comí dos
platos con un poco de chicha que una tía nos regaló, y a mí que no me gusta
desperdiciar la comida, pues venga dije.
Terminado el almuerzo me senté en el
sofá de la sala y prendí la televisión, me vino una sensación de sueño y bueno,
no aguanté, apagué el aparato y me fui a dormir hasta casi las 2 pm, me sumergí
en un profundo sueño. Sonó el celular, lo miré y era Lupita, una prima bonita,
hija de mi tía Chachita, me dijo que me aliste que estaba en camino, me levanté
entre medio dormir, le avisé a mi abuelita y a Adrián, al parecer este último
solo me tomo en cuenta, porque mi abuelita solo me agradeció por avisarle y
siguió con sus cosas. Luego de cinco minutos aparecía mi tía y toda su familia, le
pregunté que si podría esperar a mi abuelita, y me respondió muy alegre como
siempre, que sí, y que me suba al mototaxi, tomé mis cosas y me fijé que no
había espacio adelante, solo quedaba la parrilla, y bueno, ¡a nada!, por gracia
divina era muy cómoda. Al fin la señora Luchita, mi linda abuelita terminó
de ponerse guapa para el momento y así de rápido el chófer arrancó el
motor y ¡a la selva caramba!.
Son las 2:15 pm exactamente en mi reloj y hacíamos una pequeña parada en
la quebrada Maquia, era para recoger la mototaxi de mi Tío Wilson, que nos
serviría para no ir tan apretado en la actual mototaxi y para que desde luego
yo no llegue en la cómoda parrilla trasera. Mi tío fue a llenar el tanque y nos
lo entregó, y ahora puedo decir que era la hora de aventura, típica frase del
dibujo animado que me gusta ver en internet.
Media hora después, todo lo estaba controlando para que ustedes puedan
saber el momento exacto y la hora precisa en que sucedían los hechos, ya que un
cuento mío puede ser tan loco como las aventuras que me puedan pasar.
Continuando con la historia, entramos a la carretera de 18 km de pavimento en
buen estado y el pluviómetro nos decía que la densidad era perfecta para un día
de paseo familiar. Christian de chófer y yo de copiloto con mi
hermanito, el sol nos pegaba fuertes rayos durante el recorrido, yo solo
pensaba que al llegar a mi destino, los rayos no serían nada y solo serían como
un pequeño obstáculo para el gran premio que eran las Aguas Calientes. Lupita y
Lucerito iban detrás, durante 35 minutos de trayectoria hacía el destino. Pero al fin
llegamos, mi tía, mi abuelita y Petty ya habían llegado también, Lupita no se
quedó muy atrás y llegó, Petty filmaba el momento, yo bromeaba y sentía la
satisfacción de estar ahí. Al cabo de 10 minutos y luego de registrarnos para
poder ingresar al parque, empezamos el recorrido, riéndonos, gritando, jugando
con mi abuelita, la que al parecer se sentía alegre de estar ahí…
Saludos, continuaremos con la segunda parte.