domingo, 17 de enero de 2016

Amigos lectores, con ustedes una historia desarrollada en la capital de la solidaridad, ¡Contamana!. 

               En Contamana  

Son las 5:40 am y despierto con el sonido de los trabajadores del nosocomio, quienes cumplían con la labor de fumigación. Aún no era de día y el cantar de las aves hacía que mi cama sea uno de los mejores lugares en ese momento. Aquí todo juega a que solo haya  tranquilidad, el estrés de casi 10 meses, ya había desparecido, pero la nostalgia siempre rondaba mi cabeza, el pensar en ella era cosa del día a día.

Son casi las seis de la mañana y puedo escuchar una bandada de pihuichos pasando por el techo de mi casa, el sonido es fuerte y mágico a la vez, es como escuchar y no escuchar, jajaja, sí, suena un poco descabellado, pero son ideas mías, y posiblemente lo sean, como también posiblemente el sonido de las aves sea tan envolvente que hace sentir la naturaleza en tu piel y eso implica sentirla y no escucharla.
No soy creyente ni religioso, pero conozco a alguien que daría la vida por sus creencias, y no digo que sea malo, más bien creo que es admirable; pues sí, ¿quién no tiene una abuelita con santitos en la esquina de su cuarto? la mía no es la excepción. Tengo 19 años y ella estuvo ahí para cargarme de recién nacido, de muy niño, hasta pegarme con su ramita de wingo si me portaba mal. Siempre me dio y aún  me da su cariño y amor incondicional, sus 80 años no son problema para poder dar ese inmenso amor que tiene en el pecho por nosotros, esa persona es mi querida abuelita Luchita.

Es hora de lo mejor del día, el primero de los tres mejores momentos del día, es hora de desayunar y de saborear la exquisita sazón de mi Tía Natividad, para los amigos Nati, para los sobrinos también y para mis lectores también, ¡hay caramba, Nati hay para todos! Llegó la hora de probar el rico pescado ahumado con su mazamorra de plátano, y con su inguiri machacado, como diría la canción. Acabado el desayuno, tanto Adrián, Erick y yo acostumbramos a mirar la televisión, durante ese lapso de ocio, tocaron la puerta, me acerqué a ella y encontré a un "langa langa" como le dice mi abuelita, era Enrique un amigo mío, vino a invitarme a arrear las vaquitas, como se lo contaba a Celeste, mi chica bonita. Sin pensarlo mucho, me cambié y me puse la ropa de guerra(me referiero a ropa de campo), me subí a la moto y a por ellas. El fundo se encontraba en el Km 2.500 de la carretera, que en una moto nos demorábamos como 10 minutos. Una vez llegado estábamos listos y para suerte nuestra encontramos a Don Juan, el padre de Enrique, que también se disponía a ordeñar y arrear al ganado vacuno. Entramos y de inmediato me fijé en dos enormes arboles de Ojé, la planta medicinal más eficaz para la limpieza estomacal, era tremendamente grande, las aletas lo confirmaban y claro el grosor de su tallo era otra cualidad del gran árbol purgante. Seguimos en camino y noté que una vaca se acercaba a nosotros, pensé de inmediato que  venía hacia mí, por suerte me equivoqué, ya que  simplemente venía a la casa, como era de costumbre, a que le extrajeran la leche y también para que su becerro beba un poco de ella.

Ya había presenciado que Don Juan ordeñaba a las vaquitas, también tuve la tremenda tarea de arrear a un pequeño becerro hacía su madre y ver el acto maternal, en ese momento recordé a mi Luz más preciada, la Luz más bonita de todas, para ser más preciso me acordé de Nilda Luz, mi querida mamá, noté entre los animales eso tan hermoso que solo una madre podría entregar. El estar en el campo me hacía pensar en tanto, y recordar momentos inolvidables con ella, cada paso que daba era una gran sonrisa que no se me quitaba del rostro. Caminaba en tanto hacía el árbol de Ojé, me senté sobre una aleta, sentí la brisa fresca del momento y pensé en el otro motivo de mi vida, a la cabeza me venían imágenes retrospectivas de ella y yo caminando y riéndonos de todo como acostumbramos hacerlo a diario, como para no entrar en la monotonía. La brisa estaba rozando mi piel mientras pensaba en ella, y quería volver, quería abrazarla, acariciarle la mejilla redondita que solía tocar, y una vez más la nostalgia me invadía, era costumbre recordarla a cada momento, a cada instante, cuando miraba televisión, cuando caminaba hacía algún lugar, y hasta hacía bocetos de ella con el afán de verla cerca, un día hasta la vi en el cielo, el firmamento me puso un regalo hacía mis ganas de verla y para mis ojos diría yo, pues había formado su rostro entre las nubes en un espacio celeste, ¡justo como se llamaba!. ¿Casualidad?, ¿Visiones? o ¿imaginación mía? , sea como sea lo visto nadie me lo quita.

Era hora de partir porque al parecer mi amigo se sentía mal, dejamos todo y echamos a andar hacia la ciudad, que por suerte no estaba lejos del lugar. Tomé la moto, la arranqué y  velozmente avanzamos, por seguridad del enfermo. Llegué a casa y me dijo que me bajara de la moto, que él podía solo, atine a dejarlo y darle indicaciones para que pueda mejorar. Luego de eso no supe más de él, supongo se ha de haber mejorado. Siguiendo con mi pequeña narración, también tengo que contarles que cuando entré a casa me enteré que hoy mi prima quería irse a Aguas Calientes, el paraíso que deseaba ir desde que llegué a esta hermosa ciudad, presuroso me cambié la ropa y me dirigí a la casa de mi Tía Chachita a cerciorarme sobre la noticia. Llegué y efectivamente era cierto, partiríamos a las dos de la tarde hacia una aventura que jamás olvidaré.

Aproximadamente era el medio día, y acabé otro de los 3 grandes momentos del día, había almorzado un rico arroz con pato a la contamanina, ¿suena gracioso verdad? pues yo mismo le puse el nombre, porque el pato que murió para satisfacer mi refinado paladar era el de mi abuelita, y de ahí el origen del nombre, que dicho sea de paso estaba deliciosa y me comí dos platos con un poco de chicha que una tía nos regaló, y a mí que no me gusta desperdiciar la comida, pues venga dije. 

Terminado el almuerzo me senté en el sofá de la sala y prendí la televisión, me vino una sensación de sueño y bueno, no aguanté, apagué el aparato y me fui a dormir hasta casi las 2 pm, me sumergí en un profundo sueño. Sonó el celular, lo miré y era Lupita, una prima bonita, hija de mi tía Chachita, me dijo que me aliste que estaba en camino, me levanté entre medio dormir, le avisé a mi abuelita y a Adrián, al parecer este último solo me tomo en cuenta, porque mi abuelita solo me agradeció por avisarle y siguió con sus cosas. Luego de cinco minutos aparecía mi tía y toda su familia, le pregunté que si podría esperar a mi abuelita, y me respondió muy alegre como siempre, que sí, y que me suba al mototaxi, tomé mis cosas y me fijé que no había espacio adelante, solo quedaba la parrilla, y bueno, ¡a nada!, por gracia divina era muy cómoda. Al fin la señora Luchita, mi linda abuelita terminó de ponerse guapa para el momento y así de rápido el chófer  arrancó el motor y ¡a la selva caramba!.
Son las 2:15 pm exactamente en mi reloj y hacíamos una pequeña parada en la quebrada Maquia, era para recoger la mototaxi de mi Tío Wilson, que nos serviría para no ir tan apretado en la actual mototaxi y para que desde luego yo no llegue en la cómoda parrilla trasera. Mi tío fue a llenar el tanque y nos lo entregó, y ahora puedo decir que era la hora de aventura, típica frase del dibujo animado que me gusta ver en internet.
Media hora después, todo lo estaba controlando para que ustedes puedan saber el momento exacto y la hora precisa en que sucedían los hechos, ya que un cuento mío puede ser tan loco como las aventuras que me puedan pasar. Continuando con la historia, entramos a la carretera de 18 km de pavimento en buen estado y el pluviómetro nos decía que la densidad era perfecta para un día de paseo familiar. Christian de chófer y yo de copiloto con mi hermanito, el sol nos pegaba fuertes rayos durante el recorrido, yo solo pensaba que al llegar a mi destino, los rayos no serían nada y solo serían como un pequeño obstáculo para el gran premio que eran las Aguas Calientes. Lupita y Lucerito iban detrás, durante 35 minutos de trayectoria hacía el destino. Pero al fin llegamos, mi tía, mi abuelita y Petty ya habían llegado también, Lupita no se quedó muy atrás y llegó, Petty filmaba el momento, yo bromeaba y sentía la satisfacción de estar ahí. Al cabo de 10 minutos y luego de registrarnos para poder ingresar al parque, empezamos el recorrido, riéndonos, gritando, jugando con mi abuelita, la que al parecer se sentía alegre de estar ahí…

Saludos, continuaremos con la segunda parte.

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